lunes, 8 de febrero de 2010

La Disputa por Babel. Multilingüismo y resistencia

La Disputa por Babel. Multilingüismo y resistencia
Gerardo de la Fuente Lora

Publicado en 179 enero 2004 de la Fuente Lora, Gerardo Reflexiones

Existe hoy un multilingüismo de abajo, de resistencia, plebeyo, nómada, astuto, aventurero, sagaz, creativo, productivo. Se trata de la experiencia poiético-lingüística del sobrevivir de los árabes que atraviesan el mediterráneo braudeliano para sostener a las ciudades europeas; de los rarámuri que cruzan el Río Bravo y aprenden el inglés (y se ponen diferentes nombres a lo largo de su vida, en diversos idiomas, sin que nunca nos dejen saber su apelativo originario, maternal). Es también la creación intelectual de los poblanos en Nueva York, la de los vietnamitas en Pekín, de los tzeltales en San Cristóbal: es el esfuerzo de los roqueros de Neza o Senegal que cantan las canciones de U2 o de los luchadores altermundistas que responden a las preguntas de la prensa de todo el mundo; es, en fin, el empeño consciente, festivo y denunciador de Manu Chao o del poeta ghanés Kofi Anyidoho1.
Hablamos de una competencia lingüístico-cognitiva de alto nivel que nace de la colocación de los sujetos en situaciones de alejamiento extremo respecto a sus propios referentes ambientales y culturales, respecto a sí mismos. En muchos casos, es el efecto de sucesos de despojamiento radical, como en la diáspora palestina a partir de 1948 o los desarraigos brutales de tantas acciones de tierra arrasada, comenzando por los secuestros y trasplantes históricos de poblaciones enteras, en los recurrentes episodios de acumulación originaria capitalista.
Sin duda, uno de los efectos duraderos más impresionantes de las sucesivas oleadas imperiales a partir del siglo XVI, uno que sobrevive incluso a los episodios de liberación política o económica, es la sustitución, eliminación o, en algunos casos, la muerte de las lenguas originales de los dominados, la desaparición de sus palabras, de su vocabulario y sintaxis, en la que otrora fuera su tierra. El imperio es, ha sido desde siempre, una empresa de dominación cultural de cuyas complejidades apenas comenzamos a vislumbrar los brotes más superficiales. En sus versiones iniciales, las ibéricas particularmente, fueron éxtasis educativo-salvíficos de pletórica imaginación que construyeron enteramente el objeto a poseer: empeños de denominación que produjeron entidades tan modernas como los indios tal como los conocemos ahora o la propia América y, aunque el acento fuera puesto después en lo económico, y el imperialismo actual haya sido caracterizado por Lenin como el predominio del capital financiero, lo cierto es que las empresas trasnacionales llegaron a las tierras del Sur acompañadas por las escuelas coloniales para los hijos de sus ejecutivos y para las élites locales. Hoy por hoy, la prioridad de la economía ficticia sobre la “real” ocasiona que los sectores más dinámicos de las transacciones internacionales sean precisamente los que trasiegan “bienes culturales” en toda regla: conocimientos, imágenes, sonidos, sabores, texturas, lenguajes.
El imperio llega con su idioma y lo impone como el oficial de su dominio. Los datos son abrumadores. Más del ochenta por ciento de las palabras que transitan por internet lo hacen en inglés, a pesar de que los usuarios hablantes nativos de esa lengua no alcancen a ser la mitad de los internautas2. En algunos ámbitos en particular, como la esfera de la producción científica, la prevalencia del inglés es aún más acusada3. Los índices y las anécdotas sobre este fenómeno podrían extenderse. El lingüista francés Claude Hagege concluye: “Por muchos argumentos que se presenten, la amenaza de muerte que hoy planea sobre las lenguas tiene el rostro del inglés”4.
Hoy, existen en el mundo entre cinco mil y siete mil lenguas vivas, dependiendo la cifra de los criterios que se utilicen para definir esa condición vital. Sin embargo, todos los recuentos parecen concordar en que la diversidad lingüística se habrá reducido por lo menos a la mitad hacia finales de siglo.
El asunto es, sin embargo, extremadamente complejo y la determinación del desfallecimiento de una lengua tiene que superar infinidad de obstáculos y paradojas teóricas y reales. Así, por ejemplo, es cierto que los etnocidios español, inglés y yanqui en América supusieron la eliminación de muchísimas lenguas por la desaparición física total de sus hablantes y, sin embargo, componentes gramaticales, fonéticos, sintácticos y de vocabulario se las arreglaron para colarse y sobrevivir en el propio hablar de los dominadores.
La resistencia de los colonizados invierte las polaridades y la vida cultural de las metrópolis, incluso su lenguaje pasa a depender de la creación de conceptos, perceptos y afectos originados en ultramar. Los trabajos extraordinarios de Edward Said muestran cómo la creación literaria de Rudyard Kipling, Jane Austen o Joseph Conrad abrevan de la potencia imaginaria de unas colonias cuya imagen ellos “inventan”; es cierto, pero los propios escritores realizan sus invenciones reaccionando a la fuerza de una imaginería Otra que por infinidad de vías ha encantado ya a sus sociedades. El fenómeno de helenización sufrido por Roma ante su subordinada Grecia es sólo el caso más sonado de un fenómeno de resistencia y trascendencia de los sometidos, cuyas lenguas y culturas trasminan por las estructuras de los centros. Del empeño por la supervivencia, del afán spinoziano por perseverar en el Ser de quienes han sido destinados, aparentemente, a permanecer sin historia, derivan algunas de las creaciones culturales más importantes de nuestro tiempo: el blues, el jazz, la literatura hispanoamericana, por ejemplo.
¿Podría imaginarse siquiera cuál sería el estatuto del español, su capacidad expresiva, su potencia creadora, sin las aportaciones de las lenguas indígenas que vinieron a dotarlo de una dulzura y una flexibilidad afectiva nuevas? ¿El francés podría tener algún futuro, hoy mismo, si no fuera por la renovación radical de su discurrir que trae consigo la obra de esa pléyade de escritores árabes que escriben en la lengua de Rousseau, Kateb Yacine, Abdelkabir Khatibi, Assia Djebar, Amin Maalouf, Mohamed Dib o el joven marroquí Abdella Taia? ¿Sería algo la filosofía francesa sin argelinos como Albert Camus o Jacques Derrida? ¿Habría algo que decir hoy, en inglés, en relación con la dignidad humana sin los hindúes Amartya Sen y Salman Rushdie?
Los dominados sobreviven hablando su lengua y otras lenguas y ejecutando todas las hablas que hagan falta. Están dotados de una flexibilidad que los lleva a las enunciaciones más improbables, como la del joven escritor palestino Sayed Kashua, autor del texto en hebreo Los Árabes Bailan, quien afirma haber conocido los libros gracias a la lengua israelí y haber aprendido a decir en ese idioma, por primera vez, “te quiero”. Al ser cuestionado acerca de si el hebreo era el dialecto del enemigo, Kashua contestó: “No, es el racismo quien es mi enemigo”5.
El multilingüismo hoy, de una parte de los de abajo, a diferencia del “bilingüismo de desigualdad” de las élites (por utilizar una categoría de Claude Hagege), no se construye sobre la dicotomía simple lengua materna-lengua extranjera ni otorga ninguna prioridad a la una sobre la otra. En la disputa por Babel, los resistentes contemporáneos, los arrojados con más plenitud a la vorágine global, los que viven la experiencia cotidiana de traspasar fronteras, no oponen una dominación a otra ni afirman la autenticidad o los derechos exclusivos de su lengua. No ejercen un nacionalismo de su idioma. Viven una secularización lingüística en la que la comunicación con los dioses puede darse en tantos dialectos como sea necesario.
Quizá haya todavía, es cierto, dominadores y subalternos que se conciban a sí mismos como hablantes, cada uno, de una lengua sagrada, sujetos investidos de intolerancias y deberes sacerdotales que consideran que los impíos no tienen derecho a La Palabra; promotores de una mentalidad monolingüe que a lo mucho aceptan la pluralidad de los idiomas como un estado provisional que habrá de trascenderse cuando las faltas hayan sido subsanadas y se alcance una nueva pureza. Si no puede eliminarse de tajo la pluralidad de las hablas, entonces por lo menos hay que establecer un régimen de tutelajes, de jerarquías y funciones para cada lengua.
En el fondo, se trata siempre, con este monolinguismo añorado, de los bárbaros y nosotros. Muchas élites tercermundistas -políticas, económicas, culturales y académicas- militan en contra de lo que consideran el barbarismo de sus propias lenguas. Tal vez algunos movimientos rurales, centrados en el afán de identidad y autenticidad, podrían describirse en la tesitura de sustituir su código al de los opresores.
Pero para un sector de pobres de hoy, urbanizados y nómadas al mismo tiempo, la experiencia identitaria básica es la no pertenencia fuerte a ningún lugar, la falta de raíces o, mejor, la proliferación de las raigambres. En su libro de memorias titulado precisamente Fuera de Lugar, Edward Said, palestino nacido en Jerusalén con nacionalidad norteamericana que vivió su niñez en Egipto, hace un largo recuento de la experiencia de esta subjetividad, de esta posibilidad de ser un individuo, que se abre para los hombres que hoy por hoy viven saltando fronteras. La suya, dice Said, es la narración de “un no egipcio de identidad compuesta e incierta, por no decir sospechosa, usualmente fuera de lugar y que representaba un personaje sin perfil definido ni rumbo”6.
No hablamos aquí de un avatar personal, de la contingencia singular de un destino individual, sino a la vez de un suceder social, en este caso el desarraigo “común” a todos los refugiados, cuya vivencia general Said describe en los siguientes términos:
“la desolación de carecer de un país al que volver, de no estar protegido por ninguna autoridad ni institución nacional y de no ser capaz de entender el pasado salvo mediante un remordimiento amargo e impotente, ni tampoco el presente, con las colas diarias, la búsqueda angustiosa de empleo, la pobreza, el hambre y las humillaciones”7.
Una experiencia, la del refugiado, la del plurilingue, la del fuera de lugar, que puede ser angustiosa en verdad, aunque es también una situación límite de supervivencia que obliga a la creación, como testifica la elaboración del sorprendente y novedoso análisis crítico-literario del propio Edward Said. El mismo autor que ha descrito dolorosamente su vivencia de descolocación, de ausencia localización, afirma sin embargo, hacia el final de Cultura e Imperialismo, su compromiso con la pluriidentidad:
“Nadie es hoy puramente una sola cosa. Etiquetas como indio, mujer, musulmán o norteamericano no son más que puntos de partida: en cuanto se convierten en experiencias reales hay que abandonarlos inmediatamente”8.
El multilingüismo de los de abajo pasa del sufrimiento del desarraigo a la reivindicación positiva de la no totalización, del no encerramiento en lo que Amin Maloof, libanés escribiendo en francés, ha llamado “las identidades asesinas”9. El poder moderno, diagnosticó Michel Foucault, amarra a los individuos a sí mismos, los ata “a su propia identidad por la conciencia o el conocimiento de sí mismo”10.
Frente al último escondrijo de las identidades sólidas, el multilingüismo de resistencia hace suyas las palabras que en algún momento emitió en francés el escritor griego Vasilis Alexakis: “la lengua materna es la primera lengua extranjera que aprendemos”.
Habrá que estar atentos a la producción, es de suponer creciente, de obras realizadas en varios idiomas a la vez, como por ejemplo la narración Señas de Identidad, de Juan Goytisolo, o el filme La Lección de Tango, de Sally Potter. Pero no sólo en el ámbito de la creación artística el plurilingüismo de resistencia va dejando sus huellas. También lo hace en la esfera política y de construcción institucional, como lo muestra, para no ir más lejos, la consolidación de las autonomías zapatistas que no sólo son regionales, como propugna el antropólogo Héctor Díaz Polanco, sino que están atravesadas por infinidad de lenguas.
Al respecto recientemente, Andrés Aubry narró el proceso por el que un equipo multicultural bajo su coordinación realizó la traducción de los acuerdos de San Andrés a una decena de lenguas indígenas, llevando a cabo un extraordinario suceso de renacimiento a la vez lingüístico y político. El trabajo partió del reconocimiento de que los idiomas que estuvieron sometidos a una condición colonial, rechazados socialmente durante quinientos años, “no pudieron forjar, a diferencia del español, los neologismos que nombraran nuevas realidades sociales, económicas, políticas, jurídicas, federales, democráticas, etcétera, que iban emergiendo”11.
Lejos de limitarse a la inclusión de un glosario, los traductores se dieron a la tarea de organizar lecturas y debates comunitarios sobre sus propuestas de plasmación de los Acuerdos en las diferentes lenguas. La creación de palabras pudo apoyarse así en los mecanismos sintáctico-poiéticos de cada idioma que fueron alimentados directamente por la vida real de los hablantes, en esta sorprendente experiencia en la que se vislumbró, por una vez, la bisagra misteriosa entre lengua y habla.
Destaquemos sin embargo que este empeño creador en defensa de la pluralidad y la igualdad de las lenguas, se apoya en la experiencia del multilingüismo de resistencia de los de abajo. Los indios y las comunidades conocían y habían ejercido, como nos lo demuestran cotidianamente, las realidades de la democracia moderna y el control del poder. Los Acuerdos de San Andrés mismos son un índice de lo que podría significar como enriquecimiento del español la traducción a nuestro código de las palabras de la política indígena. Cuando se transcriben en zoque, tzeltal, o cualquier otro idioma indígena los logros de la lucha del EZLN, no se hace con ello más que devolver a las lenguas americanas su propio florecimiento.
Traspasar fronteras, entonar muchos lenguajes, no atarse uno mismo ni siquiera al habla materna. Esta forma de resistencia y de subjetividad es contemporánea pero acaso tenga una larga historia. Edward Said recuerda que Erich Auerbach, el erudito autor de Mímesis, recomendaba el siguiente párrafo de Víctor Hugo como modelo para aquellos que quisiesen “trascender los límites imperiales, nacionales o provinciales”:
“Quien encuentre dulce su patria es todavía un tierno aprendiz; quien encuentre que todo suelo es como el nativo, es ya fuerte; pero perfecto es aquel para quien el mundo entero es un lugar extraño. El alma tierna fija su amor en un solo lugar en el mundo; la fuerte extiende su amor a todos los sitios; el hombre perfecto ha aniquilado el suyo”12.
La perfección es un ideal severo y por lo tanto sospechoso. Alcancemos, sin embargo, la fortaleza necesaria para amar y hablar todas las lenguas.

1 ;Autor de Praise Song for the Land, Sub-Saharian Publishers, 2002.
2 ;Cfr. Joshua A. Fishman, “El nuevo orden lingüístico”, Foreign Policy, 113 (invierno 1998-1999).
3 Cfr. Robert Phillipson and Tove Skutnabb-Kangas, “Sociopolitical Factors and Languages of Scientific Communication”, en Le Français et les Langues Scientifiques de Demain, Actes du Colloque, tenu à l'Université du Québec à Montréal, 19 al 21 de marzo de 1996. Este texto está disponible en la página web del Conseil Superieur de la Langue Francaise de Quebec.
4 ;Claude Hagège, No a la Muerte de las Lenguas, 1a edición, Paidos, Barcelona, 2002, p. 291.
5 “L´hybride sur le cou”, entrevista a Sayed Kashua por Jean Luc Allouche, Liberation, jueves 31 de julio de 2003, p. 28. El libro de Sayed Kashua ha sido traducido al francés, bajo el título Les Arabes Dansent aussi, Belfond, 2003.
6 Edward Said, Fuera de Lugar. Memorias, 1a. Edición, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 2001, p. 90.
7 Ib., p. 162.
8 Edward W. Said, Cultura e imperialismo, Anagrama, Barcelona, 1996. p. 515.
9 Cfr. Amin Maalouf, Les Identités Meurtrieres, París, Grasset, 1998. Maalouf opina que todos los hombres hoy, de cualquier país, deberían hablar por lo menos tres lenguas.
10 Michel Foucault, “El Sujeto y el Poder”, en Dreyfus Hubert L. y Rabinow Paul, Michel Foucault: Más Allá del Estructuralismo y la Hermenéutica, 1a. edición, UNAM, México, 1988, p. 231.
11 Andrés Aubry, “Los Acuerdos de San Andrés y las lenguas nativas”, La Jornada, México, 30 de julio de 2003.
12 Hugo de St. Victor, Didascalicon, citado por Edward W. Said, Cultura e imperialismo, Anagrama, Barcelona, 1996, p. 514.

2 comentarios:

  1. buenas noches: tengo una duda: ¿sólo puede ir gente de la fcpys o también externos?

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  2. Todos son bienvenidos. No hay requisitos de inscripción ni nada.

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